Llegó febrero, y con él los exámenes universitarios. Eran días en los se echaban raíces en las sillas, porque, para que nos vamos a engañar, nadie llevaba las cosas al día, como recomendaban los profesores. Si acaso lo más que se hacía era pasar los apuntes una vez a la semanita.
Recuerdo los días en que un espacio en la biblioteca era tan preciado como un asiento en el metro a hora punta. No solía ir mucho, pero se podía hacer mucha vida social. También recuerdo los trapicheos con los apuntes y controles de otros años, auténtico estraperlo educativo.
Parece mentira, pero incluso lo añoro. Será por esa cualidad del ser humano de desear siempre lo que no podemos tener.
domingo, 3 de febrero de 2008
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