jueves, 21 de mayo de 2009

Cultura (II)

"Me llamo John Ford, hago películas del Oeste", se presentó. Ante él estaban buena parte de los directores de cine estadounidenses, reunidos en un órgano conocido como la Liga de Directores, en los años de apogeo del senador Mccarthy, que debían decidir su adhesión a la cruzada anticomunista del político y firmar un "juramento de lealtad". El promotor de la declaración era Cecil B. DeMille, tótem de la industria norteamericana. "No creo que haya nadie en esta sala que sepa mejor lo que quiere el público estadounidense que Cecil B. DeMille", dijo Ford. Inmediatamente, dirigiéndose directamente a DeMille, añadió: "Pero no me gustas, C.B. Y no me gusta lo que has estado diciendo aquí".

El autor de la frase es responsable de otras como esta: "Nunca pensé en lo que hacía en términos de arte, o esto es grande o estremecedor, o cosas por el estilo. Para mí siempre fue un trabajo, que yo disfruté enormemente, y eso es todo".

Uno recuerda estas cosas mientras lee el gran reportaje sobre la situación del cine español que publicaba el jueves El País a doble página. Recuerda a Ford y lo confronta con algunoas de las citas figuran en el reportaje: "A mí me importan los espectadores bien poco". O por ejemplo: "A mí me interesa la posteridad; que hoy vaya más o menos público al cine, o que haya crisis, como director me da igual. No voy a mover ni un ápice de mi criterio artístico en función del gusto del espectador".

La mejor comparación no se establece en todo caso a partir de las palabras. Coja el lector una película de Ford o la época clásica de Hollywood, aunque ni siquiera hace falta irse tan lejos y con cualquiera de las que concursaron este año en los Oscar bastaría, y compárela con cualquiera del cine español.

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