
Si obviamos este detalle, el mayor recuerdo futbolístico de aquel Mundial corresponde a la selección de Brasil, la verdadera ganadora en la medida que se ganó el recuerdo de los aficionados por su juego brillante y fantasioso. De Italia poco se puede rememorar aparte del anciano presidente de la República en pleno éxtasis o la celebración del gol de Tardelli; el resto queda para los libros de Historia, pese a que Zoff levantara el trofeo.
Pues bien, en esta Eurocopa, es seguro que muchas jovencitas austríacas y suizas recuerden alguna noche de desenfreno con algún extranjero de paso, pero, en previsión de que las infames Italia o Alemania ganen el torneo (sí, Italia; no tengo demasiadas esperanzas a estas horas de la mañana), es más que probable que el recuerdo más bello y nítido de la competición recaiga en un ruso con pinta constante de niño ruborizado, con unos perpetuos coloretes en las mejillas.
Qué manera de jugar al fútbol la de este tipo ayer por la noche y qué pana le dio Rusia a la selección holandesa. Fue el partido del torneo y, probablemente, si vemos levantar la copa a algún italiano o alemán, sea el único recuerdo que nos quede de este comienzo de verano del 2008.
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